Primer robo, primera lectura...

Hola a todos. Nuevamente, me he perdido por un buen tiempo. Pero he decidido volver con una anécdota sobre la lectura y yo. 

    Así que, en el capítulo de hoy les contaré mis inicios en la lectura literaria.

    Esto empieza en 2013, para ese entonces estaba cursando 2do año de bachillerato. Un día mi profesora de castellano decidió cambiar un poco la forma de llevar el curso y nos pidió que comprásemos un libro que desde su publicación estaba destinado a ser un clásico: Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez. En ese momento yo no sabís nada sobre literatura y ese nombre no me decía nada, pero estaba decidida a aprobar la materia, así que lo compré.




En este punto empieza la historia de mis calamitates.

A los pocos días mi padre me dio el dinero para comprar el libro. Una tarde, al salir de clases, me dirigí a comprarlo en la zona que me vio nacer, una famosa ciudad llena de zonas populares y desafortunadamente muy delictiva. Yo estaba nerviosa, y aunque hoy ya no creo mucho en ello, en ese momento creí tener una especie de "pálpito", pensé "me van a robar" caminaba aceleradamente, mirando a todos lados vigilando  que ningún "extraño" me persiguiera. Pero, cuando llegaba a la librería, alguien puso su mano sobre mi hombro. No presté atención porque coincidentemente mi hermano siempre que me veía en la calle al alcanzarme posaba su mano sobre mi hombro. Sin embargo, sentí un apretón fuerte, miré y he allí mi sorpresa: esa mano no era de mi hermano.

    El ladrón me pidió el teléfono,  asustada negué con la cabeza. Él insistió en un tono y actitud más amenazante y terminé dándoselo. Era la primera vez que me robaban y no llevaba siquiera un mes desde que mis padres con esfuerzo, me habían obsequiado el teléfono, mi primer móvil. Corrí con muchos deseos de llorar. Al fin, llegué a la librería dí el dinero y adquirí un sencillo, ligero y bonito ejemplar al que le eché la peor mirada posible. "Por comprar esta porquería me robaron el teléfono" pensé enojada. Lo guardé en el bolso y me fui a casa.



    Lo llevé conmigo el día que correspondía la clase de castellano. Mi amigo había comprado la misma edición que yo y eso alivió un poco mi pesar. Pero el alivio no duraría mucho ni compensaría la pena vivida por adquirirlo. Ese día en que tendría que empezar a leerlo, es día en que había olvidado un poco lo del robo, es día me enteré de que la profesora había renunciado y ya no tendría que leerlo.

    Un júbilo de emoción estalló en el salón de clases por parte de los estudiantes despreocupados que no habían comprado el susodicho libro y que no tenían deseos de cursar la materia. Mientras que, por mi parte, la cosa era distinta.





Permítaseme agregar teatralidad al asunto

    Acababan de darme la peor noticia que podía esperar: por culpa de ese libro me había sido arrebatado mi teléfono, mi primer teléfono, mi preciado teléfono, que no me sería devuelto, y ahora para coronar el asunto la profesora que me mandó a comprar el libro se había marchado de repente. Me quedaba, entonces,  sin esa materia, sin mi teléfono y con ese maldito libro.

    Algo así fue lo que pensé y recuerdo el enojo que me producía el sólo hecho de verlo. ¡Pero no! Las cosas no se quedarían así, como buena adolescente yo tomaría acciones en contra de mi  enemigo (el libro), no iba a leerlo, ni a ojearlo. Así que lo guardé sin pensármelo dos veces.

    Y así, pasó un año.

    El libro permanecía nuevo, guardado entre los otros. Yo ni siquiera recordaba el lugar exacto donde lo guardé. Pero ya estaba en tercer año, y tenía un querido amigo que leía muchísimo. Para ese momento, con 14 años, él tenía su primera novela escrita. Recuerdo que a veces me leía fragmentos que estaba devorando, y, sinceramente, no le prestaba demasiada atención.
Pero, el año escolar terminó, y, con ello, se asomaban nuevos caminos, pues esa institución sólo impartía clases hasta tercer año de bachillerato. Mi amigo y yo dejamos de vernos  algunos días y, en esos momentos, sin plan alguno, tomé el libro y empecé a leerlo. Coincidentemente, cuando volvía ver a mi querido amigo, habíamos leído el libro  casi "juntos".

    ¡Una semana! En una semana lo leí, y causó un impacto en mí que ninguna telenovela ni película hasta la fecha me había echo llorar tanto. Su final, me desgarró el alma. Y así, en medio de solllozos pensé "¿cómo dejé pasar tanto tiempo sin leerlo?". Este fue el inicio de un gusto por la lectura y la escritura que permanece hasta el momento. Encontré mi don, sin querer entre sus páginas, sin siquiera andar en su búsqueda. Pero lo hallé, ¡sí que lo hallé! Y hoy más que nunca lo agradezco. 




¿Que a quién le agradezco? No lo sé, alguna entidad abstracta de esas que a las personas tanto nos gusta humanizar, o al universo, o a mí misma por abandonar la insensatez de esa absurda "venganza". Nunca está de más agradecer, así que de nuevo, gracias.


¡Lean, escriban, amen, vivan!

Hasta la próxima, queridos amigos.

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